lunes, 29 de septiembre de 2008

De las peluquerías (II): Me corté el cabello


Hace algunos meses, Tirana retrataba con mucho detalle el horror que significaba para ella visitar un salón de belleza. A mí me sucede más o menos lo mismo, por eso intento evitar por el mayor tiempo que sea posible (una vez llegué a pasar cuatro años, llegué a parecer una náufraga, pero bueno, eran los 90) el tener que pisar uno de ésos lugares. No obstante, llega un momento en que es imposible seguir huyendo.

Por razones que no vienen al caso, el domingo, me tocó ir a la peluquería.

Primero entré a una que se llamaba "Hollywood" o algo por el estilo. Estuve esperando unos 45 minutos y aún no había un "técnico capilar" disponible para lavarme el cabello. Como es natural en mí, me desesperé y huí por la derecha. Caminé unos metros más dentro del Centro Comercial y llegué a otro salón. Debo agradecer a la mujer de la entrada por su sinceridad: "Vas a tener que esperar por lo menos una hora para que te atiendan", me dijo. Lógicamente, me fui sin responder nada.

El problema es que yo tenía que cortarme el cabello con urgencia, la cuestión era inaplazable. Fui en busca de una tercera peluquería y llegué a una donde no parecía haber demasiada gente. Me atendieron enseguida. La chica que me lavaba me hizo la pregunta de rigor: ¿Quién te va a atender?. Le contesté que cualquiera que estuviera libre, así que me hizo pasar a una de las sillas.

Me llamó la atención que en cada uno de los puestos había un televisor pantalla plana. Nada de viejas revistas de farándula. Sólo Ricky Martin bailando (sin audio), cosa que tenía un efecto hipnótico en esta humilde servidora.

Pocos minutos después llegó El Estilista, un tipo joven con pinta de extranjero. Le dije que me cortara las puntas, no más. Pero él no se dio por vencido y luego de preguntarme mi nombre, me dijo: Macglobia... ¿Y si intentamos algo distinto? Usualmente yo habría salido corriendo, pues tengo pánico a los experimentos de los peluqueros. Pero no sé si fue Ricky Martin en la pantalla de plasma o el acento del estilista en cuestión, lo cierto es que le di luz verde.

A partir de ese momento, el tipo se convirtió en Eduardo Manos de Tijera y mi cabello empezó a volar en todas las direcciones. Era algo impresionante. No sé cuánto tiempo duró aquello, sólo se que cuando terminó y me miré en el espejo, sentí cierta tranquilidad al darme cuenta que no me había dejado calva.

Cuando fui a pagar, me di cuenta de por qué razón había televisores planos en todos los puestos de los peluqueros. Fue el corte más caro de mi vida. No voy a dar cifras, me limitaré a decir que mi sesión con Eduardo Manos de Tijera costó cinco veces lo que me habría gastado con un peluquero corriente.

Lo peor fue que cuando llegué a mi casa y me miré al espejo con detenimiento, me vi exactamente igual.

martes, 16 de septiembre de 2008

Hablando de canciones enfermas (III)


Para la mayoría de los niños (y de los adultos también) una canción infantil es simplemente eso, una canción. Pero mi mala costumbre de analizar todo y buscarle el sentido a cada maldita cosa, hizo que creciera con un sin número de "mini-traumas" infantiles, entre cuyas causas se encuentran tres horribles canciones, cuyos autores tienen que haber sido una gente bien chismosa, amarillista y sádica.

Canción No.1: El Barquito Chiquitico

Había una vez un barquito chiquitico,
había una vez un barquito chiquitico,
había una vez un barquito chiquitico,
que no podia, que no podia, que no podia navegar.

Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas,
pasaron una, dos, tres cuatro, cinco,seis, siete semanas,
pasaron una, dos, tres cuatro, cinco,seis, siete semanas,
y el barquito, no podia, no podia navegar.

Y si esta historia no to parece larga,
y si esta historia no te parece larga,
y si esta historia no te parece larga,
la volveremos, la volveremos, la volveremos a empezar.


Yo me pregunto: ¿a nadie le dio lástima nunca este pobre barco???? encima era un barquito chiquitico!! un pobre bebé barco!!! que nunca pudo navegar!!! Pasaron 7 semanas y no podía navegar! Pero qué pasó a la 8va semana?? el barco se hundiría o qué?? Y encima la canción es tan sádica que ofrece volver a empezar, para seguir con el mismo martirio, y la misma incertidumbre.


Canción No.2: Patito, patito

Patito patito color de café
¿por qué estás tan triste? quisiera saber.
Tu pata yo ví, no lejos de aquí
con otro patito color de café

No sé si esta era la letra completa, pero por lo menos así me la enseñaron a mí. Me imaginaba una vieja pata metiche preguntándole al pobre patico por qué estaba tan triste, y sin dejar que le responda que le pasa (porque ya lo sabe la desgraciada) le suelta el chisme como quien no quiere la cosa: tu pata yo ví, no lejos de aquí, con otro patito color de café.... sucia!

Canción No.3: Mambrú se fue a la guerra

Mambrú se fue a la guerra,
chiribín, chiribín, chin chin,
Mambrú se fue a la guerra,
no se cuándo vendrá,
ja ja ja, ja ja ja,
no se cuándo vendrá.

Vendrá para la pascua,

chiribín, chiribín, chin chin,
vendrá para la pascua,
o para Navidad,
ja ja ja, ja ja ja,
o para Navidad.

La Navidad se pasa,

chiribín, chiribín, chin chin,
la Navidad se pasa y Mambrú no vuelve más
,ja ja ja, ja ja ja,
Mambrú no vuelve más.

Mambrú se ha muerto en guerra,

chiribín, chiribín, chin chin,
Mambrú se ha muerto en guerra,
lo llevan a enterrar,
ja ja ja, ja ja ja, lo llevan a enterrar.


Esta es más o menos la versión que me enseñaron de pequeña. Ahora de grande, ya sé que fue compuesta por los soldados franceses del S.18 para burlarse de la muerte de un tal duque de Marlborough, pero para la época en que yo era una niña, me imaginaba que era un pobre chiquillo que no sé por qué oscura razón había ido a la guerra, y su mamá cantaba esta canción esperándolo en la ventana de su casa. Pero es que a quién se le ocurrió convertir una canción con semejante letra en una ronda infantil?????

lunes, 15 de septiembre de 2008

Exijo una explicación (3)

Estas son algunas otras de las cosas que la gente viene a buscar al blog:

"que hace un lavaplatos": Pues, como su nombre lo indica, se dedica a construír casas.

"no me gusta pedir favores": A mí tampoco.

"soy insoportable en mi oficina": Yo también, pero no se lo cuento a Google.

"palabras jerga (carnicero)": ¿Carnicero?

"quiero un blog acerca de la envidia": Si no dices "por favor", Google te manda para acá.

"computadoras viejas": La mía.

"para un hombre es importante tener carro": Para una planta no lo es.

"espuma en la traquea": Suelta la computadora y corre al hospital.

"canciones que hablan de peluqueras": El marido de mi madre/en el último tren se marchó/ con una peluquera/ veinte años menor. "Quién me ha robado el mes de abril" de Joaquín Sabina.

"en que parte de africa halan frases": A mí también me gustaría saber eso.

martes, 9 de septiembre de 2008

Hablando de canciones enfermas... (II)



No sé por qué en estos días estaba pensando en la canción infantil "En un bosque de la China", que si la memoria no me falla, fue popularizada por el dúo Enrique y Ana (que siempre me parecieron rarísimos, si me preguntan). Lo cierto es que me puse a prestarle un poco de atención a la letra y me pareció definitivamente perturbadora, recordémosla:

En un bosque de la china la chinita se perdió
Como yo andaba perdido nos encontramos los dos
En un bosque de la china la chinita se perdió

Como yo andaba perdido nos encontramos los dos

Era de noche y la chinita

Tenía miedo miedo tenía de andar solita
Anduvo un rato y se sentó
Junto a la china junto a la china me senté yo
Y yo que si y ella que no

Y yo que si y ella que no

Y al cabo fuimos y al cabo fuimos

Y al cabo fuimos de una opinión

Bajo el cielo de la china

La chinita se sentó

Y la luna en ese instante

Indiscreta la besó

Luna envidiosa

Luna importuna
Tenía celos celos tenía de mi fortuna

Anduvo un rato y se sentó

Junto a la china junto a la china me senté yo

Y yo que si y ella que no
Y yo que si y ella que no
Y al cabo fuimos y al cabo fuimos
Y al cabo fuimos de una opinión


En un bosque de la china la chinita se perdió
Como yo andaba perdido nos encontramos los dos

En un bosque de la china la chinita se perdió

Como yo andaba perdido nos encontramos los dos

Señor@ lector@: Imagine por un momento, que usted es una niña (sí porque habla de la chinita, así que debe ser pequeña) y se pierde en un bosque en el medio de la noche. Va caminando por allí, en la oscuridad y alguien le espía ("anduvo un rato y se sentó", es decir, ya llevaba tiempo vigilando a la pequeña) pero no se ha percatado del suceso. El cansancio, la desesperación y el miedo; le llevan a sentarse. Cuando en eso, llega un extraño y se sienta junto a usted.

El sujeto argumenta que también está perdido; pero puede estar perdido no en el bosque, sino en las drogas, el alcohol o la demencia (que es lo que yo me imagino, porque eso de andar de noche en un bosque acechando a una niña no es de gente cuerda).

Después viene la estrofa de la canción que más angustia me genera; principalmente los dos primeros versos: "Y yo que sí, y ella que no". No sé ustedes, pero si yo me pierdo en el bosque y me sale un psicópata, me asustaría tanto que no me pondría a llevarle la contraria. A menos que sea absolutamente necesario, claro está. Lo que no deja lugar a dudas es que la chinita se niega a algo, saquen sus propias conclusiones.

Más adelante, el asunto se vuelve totalmente alucinado. Que si la luna bajó, besó a la china, el loco empieza a reclamarle a la luna por haberle saboteado los planes, etc. Eso me hace pensar que el tipo o era esquizofrénico o estaba en LSD, o las dos cosas.

Un detalle que es necesario acotar, es el hecho que después se vuelve al comienzo. Es decir, nunca sabemos si la chinita logró escapar y volver a su casa o cuál fue su destino. A mí me late que esa canción fue la declaración que el tipo le dio a la policía cuando encontraron el cadáver de la chinita, espero estar equivocada. Si alguno de ustedes sabe algo de ella, por favor, avise.

domingo, 7 de septiembre de 2008

El arte de molestar



Sacar a alguien de sus casillas o simplemente hacerle pasar un mal rato, puede ser una labor relativamente sencilla. De hecho, mucha gente tiene esa habilidad natural de acabar con la paciencia del prójimo. Además, todos en algún momento hemos llegado a fastidiar a la gente sin que esa haya sido nuestra intención, simplemente no nos dimos cuenta en el momento de lo que hacíamos.

Pero molestar intencionalmente es otra cosa, especialmente cuando se intenta hacerlo de forma no sólo efectiva sino creativa. Aunque existen miles de maneras eficaces en todos los casos (llamar a la casa de alguien en la madrugada) , con un porcentaje mínimo de error (que el sujeto en cuestión tenga el teléfono dañado, por ejemplo).

En mi infancia y parte de mi adolescencia, junto con otros compinches desarrollé una fascinación por hacer llamadas anónimas que le amargaron la existencia a más de uno. A medida que crecíamos, íbamos perfeccionando nuestros métodos, hasta que llegaron los Call-Id a acabar con nuestra fiesta.

Lo cierto, es que desde el día de ayer, soy víctima de mi propia maldad. Anoche miraba tranquilamente el reencuentro de Soda Stereo en el cable, cuando recibí la primera llamada a mi celular, donde lo único que se escuchaba era justamente el mismo programa que estaba viendo yo. Al principio pensé que se trataba de algún conocido (pero yo no tenía registrado su número en mi agenda) que me avisaba que estaban transmitiendo el concierto y no se escuchaba bien. Así que devolví la llamada aprovechando mis minutos libres.

Del otro lado, seguí oyendo lo mismo, por tanto colgué y me olvidé del asunto. Un rato después, vuelve a sonar mi teléfono, contesto y de nuevo, suena Soda, trancan. Vuelvo a llamar y me ponen de otra vez el televisor. Me aburro, cuelgo.

Esta mañana, repica mi celular, atiendo sin ver el número y lo mismo: Un televisor que suena del otro lado. En ese momento caigo en cuenta: Alguien me está molestando de la manera menos creativa posible. Dejo el teléfono por ahí hasta que corten, cosa que hicieron al poco rato.

Minutos después... la misma cosa.

Tengo que confesarlo: Han logrado molestarme. No por el hecho en sí, sino por la ineptitud y poca imaginación que demuestra su autor. Es una ofensa para mí, así que he decidido vengarme.

Sabiendo que de cada seis lectores de este blog hay cuatro que son venezolanos, (sólo tenemos seis lectores, y de hecho cuatro son venezolanos sin mucho oficio). He decidido publicar el número telefónico de este idiota que no sirve ni para fastidiar con ingenio.

El teléfono es: 0416-0743172 (0058-416-0743172, por si alguno de los dos lectores extranjeros lo quiere). Hagan lo que quieran.

martes, 2 de septiembre de 2008

Lo peor de internet (II): El Facebook


En la edición anterior de este post, ya había mencionado mi repudio hacia las comunidades online, para después sin muchas explicaciones, confesar que me había registrado en facebook. Sí, una vez más demostré que a mí no se me debe hacer mucho caso.

Las excusas que puedo dar al respecto son un montón, pero la verdad de todo es que decidí registrarme por una razón de peso: Me sacaba la piedra en exceso que todo el mundo hablara del fulano Facebook y yo ahí como una estúpida sin entender mayor cosa.

Luego que me registré, pensé en no cometer el mismo error en el que había caído cuando abrí mi primera cuenta de MSN: admitir a cuant@ idiota conocía. Por tanto mi lista de amigos se ha mantenido bastante reducida.

La primera impresión luego que entré a visitar el perfil de alguno de mis amigos, fue dantesca: La pesadilla de las cadenas de internet estaba presente también en el diabólico invento que llaman FunWall o SuperWall: "copia y pega esto y verás quien visita tu perfil", "dile a todos tus contactos que no acepten como amigo a Chichilo Fernández es un virus que formatea tu ordenador". Eso sin contar cosas como "te mando este pote de basura, es el pote de basura de la amistad, reenvialo a tus amigos"; además de un montón de videos estúpidos.

Pero eso era apenas una muestra del infierno que significan las aplicaciones. A pesar de tener pocos amigos, me comenzaron a llegar miles de notificaciones que me avisaban que Wareschol me había mandado tres kilos de cocaína virtual usando la aplicación "regalitos ilegales" o que Nosecuantita me invitaba a hacer el test "qué marca de antigripal eres". Debo confesar que llené muchos de estos cuestionarios (ya sé qué estación del metro soy) pero eso sí: jamás le mandé invitaciones a nadie. Primero por no molestar y segundo porque me daba mucha vergüenza que mis conocidos supieran lo ociosa que puedo llegar a ser; aunque a ellos aparentemente no les sucede lo mismo.

Tengo que decir que no todo en el Facebook es desagradable; un día me llegó una solicitud de amistad de mi mejor amigo de la infancia, de quién hacía varios años no había tenido noticias. Me agregó un mensaje que decía: "¿Macglobia, te acuerdas de mí? Yo vivía al lado de tu casa y estudiábamos juntos. Estoy en Italia ahora. Saludos." ¡Y cómo no iba a acordarme! Así que le respondí con entusiasmo, preguntando cómo estaba, qué había sido de su vida. Y no me contestó. Jamás contestó.

Más tarde descubrí que esa es una práctica común: La gente no responde los mensajes de la página, sólo envían porquería y llenan sus perfiles con aplicaciones inútiles que hacen que mi vieja computadora explote cuando trato de verlos. Y por supuesto, todos quieren ser Roberto Carlos (el cantante, no el futbolista) para tener un millón de amigos.

A mí que no me molesten, tengo que darle comida a mi perro virtual.