miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ya regresamos... (último post del año)

No podíamos irnos sin despedir el año 2.008. Así que quiero desearles a todos los que nos leen -incluso a los visitantes indeseables que a veces tenemos- un feliz año nuevo, lo que vendría a significar que esperamos que en el 2.009 no se topen con empleados incompetentes ni gente insoportable, que no tengan que ir obligados a una casa ajena ni a un reencuentro de ex-alumnos y que nadie les mire el plato cuando estén comiendo. A nosotros seguramente sí nos va a tocar, así que queda blog para rato.

Por supuesto, también les deseamos cosas más normales como salud, paz, armonía, dinero, amor y todos esos asuntos que se mencionan en las tarjetas alegóricas a estas fechas.

Les dejo además un pequeño regalo hecho en casa. Se trata de un cuento que escribí cuando iniciaba el 2.003 y que justamente es una historia que transcurre a finales de año. Acá lo dejo.

Feliz año nuevo para todos, salud.

Una horrible persona

Mi familia es de ésas donde hay diez hijos y cuarenta nietos. Pocas veces se nos ve a todos juntos, y la cena de fin de año resulta una de esas oportunidades. Además, esa noche se agregan al clan los amigos, novios y vecinos; resultando aquella reunión algo más bien parecido a una feria. Siendo las cosas de esa manera, la presencia de algún desconocido resulta imperceptible para la mayoría, lo cual es una suerte para ellos porque se ahorran el interrogatorio de rigor que solemos aplicar a los recién llegados, somos gente muy curiosa, qué se le va a hacer...

A diferencia de los demás, yo noto enseguida a las caras nuevas y no me dedico a interrogarlos, pero si suelo preguntar a mis parientes acerca de ellos, es decir, tengo la misma curiosidad pero un poco más de discreción. En cada reunión suelen haber al menos tres de estos personajes, casi siempre se trata del novio o la novia de turno de alguno de mis primos o de algún compañero de estudios o de trabajo de éstos, gente muy joven generalmente.

Este año, apenas llegué a la casa de mi abuela –lugar del encuentro desde que el mundo es mundo- detecté la primera y única presencia ajena: un hombre mayor, un poco esmirriado y con un traje que si bien se veía cuidado, estaba muy pasado de moda. No sé por qué, me produjo tan mala espina su cercanía, pensé que podía haber sido porque estaba sentado en el comedor junto al Tío Pablo, quien mantiene conmigo una enemistad natural bastante antigua. Por tanto, hice todo lo posible para evitar tener que saludar a esos dos viejos que me resultaban igual de repelentes, aunque yo no conocía al otro.

Me fui al salón y me puse a hablar con dos de mis primas, a quienes no veía desde hacía tiempo, pero mi intención no era preguntarles por sus vidas sino por aquel sujeto que tanto me inquietaba. En ese momento una de ellas, Carolina, le contaba a la otra acerca de su próximo matrimonio, yo me salté todas las reglas de etiqueta y la interrumpí preguntando:

-¿Quién es esa horrible persona?

Carolina dejó de hablar enseguida y guardó silencio por varios segundos, al mismo tiempo que se cruzaba una mirada interrogativa con Laura, mi otra prima. Al no obtener respuesta, pregunté de nuevo:

-¿Quién es esa horrible persona?
-¿Qué? ¿De qué hablas?- dijo Laura.
-Esa horrible persona-respondí señalando al hombre, quien ahora se paseaba por el salón mirando los cuadros que colgaban en las paredes.
-Es un antiguo amigo de la familia, creo que se llama Pedro o algo así... -fue la respuesta de Carolina.

Noté que no había nada de cierto en lo que me contaba, que lo decía sólo para hacerme callar y poder seguir narrando los preparativos de su boda. Laura en cambio parecía dispuesta a darme cuerda toda la noche y así evitar tener que escuchar la cháchara prematrimonial de Carolina.

-¿Por qué dices que es horrible?- me preguntó.
-Sólo hay que verlo, da mala espina. Me parece una mala persona...
-¿Sí? A mí me da cómo lástima más bien... Me parece así como fracasado en el amor...

Esta vez Carolina y yo fuimos quienes guardamos silencio y nos miramos con asombro ante el disparatado comentario.

-¿No les parece a ustedes, que pareciera haber fracasado en el amor?-repitió.
- Pues no. Me parece mala persona y punto- dije, comenzando a disgustarme.

Carolina intervino:

-¡¿Cómo pueden opinar tanto acerca de ese pobre hombre si sólo lo han visto cinco minutos y ninguna de ustedes ha cruzado palabra con él?! Digo, puede ser cualquier cosa: Un estafador o un trabajador abnegado... Un solterón o un padre de familia... Un mujeriego, un idiota, un genio, lo que sea... pero nadie lo sabe, nadie puede saberlo si no lo conoce.

Ni Laura ni yo entendíamos cómo Carolina podía permanecer así, sin tener ninguna opinión, sin poder imaginarse nada. Sé que las dos sentimos en ese instante una profunda compasión hacia ella, pero no dijimos nada.

-Es cosa de imaginar-dijo Laura-como cuando ves a alguien en la calle y empiezas a pensar en quién podría ser y qué hace, a dónde irá y esas cosas...
-No entiendo-dijo Carolina.
-Como cuando un niño nace y la gente empieza a pensar cómo será cuando crezca, a qué se dedicará y eso-dije.
-OK.-dijo Carolina por toda respuesta.
-¿Tú que piensas de él?-le pregunté.
-Pues no creo que sea una “horrible persona” como tú dices, ni un “fracasado en el amor” como le parece a Laura. A mí lo que me parece es un asomado.
-¡¿Un qué?!-dijimos al unísono Laura y yo.
-Un asomado, un entrépito. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué no está con su propia familia? A su edad debe estar casado, con hijos y nietos... Y viene a meterse aquí dónde nadie lo conoce.
-Me habías dicho que era un viejo amigo de la familia, le recordé.
-Eso lo dije para que te callaras.
-Sí, me lo imaginé. Pero entonces, ¿de dónde salió? ¿Quién lo trajo?- pregunté.
-Podrías ir a preguntárselo-me dijo Laura con sorna, sabía que yo no era capaz de hacerlo.
-No voy a hablarle, ya les dije que no me agrada. Además creo que es amigo de Pablo y ya eso lo hace indigno de mi palabra.

Mis primas se rieron de mi discurso tan teatral y comenzaron a retomar el tema de la boda. Yo pensé también que era mejor olvidarse del viejo y llenar de palabras usadas el aire, lo que siempre es la mejor forma de matar el tiempo en las reuniones familiares. Lo más adecuado era esperar pacientemente que el sujeto se largase de una buena vez de la casa de mi abuela y de mi vida. Sabía bien que después de eso no tendría que volver a verlo.

Yo no me sentía muy bien ese día y no sólo era por la presencia de la horrible persona, en realidad había pasado un mal año. Mi salud había sido precaria y había tenido un accidente que me había dejado cojeando. Pero sólo faltaba media hora para que se terminara el año, aún me quedaba esperar un poco. Los minutos restantes no quise seguir pensando en nada más, así que empecé a interrogar a mi prima acerca de todos los preparativos de su boda: el vestido, el salón, la iglesia... y ella, entusiasmada por mi repentino interés, se encargó de responder a cada una de mis inquietudes. De pronto dejé de hablar, pues observé que el maligno viejo andaba cerca de nuevo y no sólo eso, sino que tenía cargada a mi pequeña sobrina.

Me levanté de golpe y le arranqué a la niña de los brazos mientras lo miraba con furia, él se encogió de hombros y se marchó. La nena comenzó a llorar y yo intenté calmarla. Creo que ella tenía una visión distinta a la mía de ese hombre, pero aún no sabía hablar -sólo tenía un año-.

Mis primas me miraron con más miedo que sorpresa ante mi extraño comportamiento, pero no les presté atención y retomé el tema del matrimonio hasta que llegó mi madre, quien nos entregó unas copas con champaña y se llevó a mi sobrina. El resto de la familia comenzó a reunirse en el salón y mi padre encendió la radio para escuchar las doce campanadas. Faltaban cinco minutos.

El viejo aún estaba ahí, sin duda se quedaría con nosotros a recibir el año nuevo y de seguro que también a cenar. Mi angustia se acrecentaba, pero en ese momento ocurrió algo casi milagroso: Faltando dos o tres minutos para el año nuevo, el viejo anunció su partida y todos se empezaron a despedir de él. Me pareció insólito que nadie le insistiera para que se quedara al menos hasta las campanadas. Tal vez ellos supieran algo que yo desconocía.

Cuando acudió a decirme adiós me ofrecí a abrirle la puerta, quería asegurarme que en realidad se iría.

Mi hermano me gritó que me apurara que sólo faltaba un minuto. Así que saqué al viejo casi a empujones y fui a reunirme con los demás. 10, 9, 8,7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, 0. Suenan las campanas y todos se abrazan. De pronto empiezo a sentirme mejor y me doy cuenta que ya no cojeo.

Corrí hasta la puerta y vi a lo lejos la silueta del anciano que se marchaba al igual que el año viejo. Me quedé mirándolo hasta que desapareció en la oscuridad de la calle, en ese momento dejé de odiarlo. Después de todo no me había hecho nada, tal vez no era tan malo, mas nunca lo sabría, no volvería a verlo.

Entré a la casa y me dispuse a cenar junto con mi familia, por primera vez en mucho tiempo me sentía en paz. Finalizada la comida, salí a la calle a ayudar a mis sobrinos a encender algunos cohetes. Yo andaba bien alegre, pensaba que lo malo había pasado y que ahora vendrían buenas cosas para mí. Entonces entre todos los niños, vi uno que no había visto nunca y que era demasiado chico hasta para caminar. El chiquillo me miró con ojos malignos, empezó a dolerme la cabeza.

martes, 9 de diciembre de 2008

El tarado de la panadería

Siempre me ha molestado la gente que opina sin que nadie se lo haya pedido, especialmente si se trata de un vendedor a quien le estoy comprando alguna cosa. A ellos les digo: ¡Cállense! Están ganando dinero conmigo, así que no fastidien.

Un de estas situaciones me ocurrió hace un tiempo atrás cuando estaba en una panadería donde habitualmente me detenía a tomar café camino a mi casa. Se trata de un buen lugar, donde nunca va mucha gente y que atienden sus propios dueños: una pareja de portugueses de pocas palabras.

Así que yo llegaba, pedía mi café negro expreso que la dueña me despachaba con prontitud y me sentaba a fumar o a leer para después seguir a mi casa en paz. Pero uno de ésos días, no estaba el matrimonio lusitano, estaba El Tarado de la Panadería.

Apenas miré al nuevo empleado supe que las cosas no iban a ir bien. Primero se demoró en atenderme porque estaba muy ocupado hablando idioteces con uno de los clientes. Finalmente, cuando le pido el café negro, corto, El Tarado se me queda viendo y tiene la osadía de decirme: ¿Negro corto? ¿Eso es para ti?

Respiré profundo y respondí: Negro, corto. Sí es para mí. El tipo no se dio por vencido y siguió: Eso no puede ser para ti, eso será para tu papá o para tu abuelo. Ya perdiendo la paciencia, le contesté: ¿Me vas a dar el café o no?

Se volteó de mala gana para poner la cafetera, luego me dio el café y no dejaba de mirar a ver si yo era capaz de tomarlo o no. Entonces clavé mis ojos en él y me bebí el café hirviendo de un sorbo.

Por supuesto, el Tarado se quedó estupefacto y yo me quemé hasta el alma, pero valió la pena.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Exijo una explicación (5)

Por última vez en el 2.008, traemos a ustedes las frases de búsqueda más extrañas, cortesía de nuestro sistema de estadísticas:

"sida por corte de cabello": Por lo visto Ighigh no es el único paranoico con ese tema.

"frases que hablan de las empanadas": ¿Tengo que comentar algo?

"cómo ver un perfil de hi5 sin estar admitida": Deja el chisme, vale.

"frases para una vieja que habla mal de mi": Ya la gente no sabe ni insultar y tiene que buscarlo en Google.

"carro con hombre": ¿Creían acaso que las mujeres buscábamos un hombre con carro? ¡No! ¡buscamos un carro con hombre! ¡Y en Google, lo buscamos!

"me estan molestando de un movilnet como se quien es": No importa quién sea. Moléstalo tú también.

"que digan lo que digan, que hablan lo que hablan, que a mi que anden diciendo me parece predecible": Juro por Charly García que alguien puso eso en Google y vino a parar para acá.

"porque se tiene que valorar y cuidar lo que tenemos": Pues... si tú lo dices...

"la de la farmacia": ¿La qué? ¿de cuál farmacia?

"como me doy cuenta si alguien me envidiar": Ten la seguridad que nadie envidia tu manera de escribir.

Intercolegial de gaitas

Una pesadilla de mis años de adolescencia eran los famosos festivales de gaitas donde participaban los distintos colegios de la ciudad. No sé por qué razón, unos muchachos que no son músicos, no saben ni tocar la puerta y son tremendamente desafinados todo el año; milagrosamente cuando llega diciembre creen que pueden formar un grupo de gaitas y encima tienen la desfachatez de presentarse ante un montón de gente.

Los intercolegiales de gaitas se llevaban a cabo generalmente entre el 10 y el 15 de diciembre, nunca después, ya que para la segunda quincena de este mes, generalmente habrían terminado las clases. Sin embargo, las prácticas de las agrupaciones (si es que las había) comenzaban después del primero.

Otra cosa que jamás comprenderé de estos grupos, eran las bailarinas. Sin excepción, cada uno de ellos llevaba un conjunto de 6 o 7 chicas que bailaban al más puro estilo de Super Sábado Sensacional. La coreografía nunca tenía mucho que ver con la música que se tocaba, pero si algo hay que reconocerle a estas muchachas es que parecía que eran las únicas que se habían molestado en ensayar antes de la presentación. A veces pienso que la función de las niñas bailarinas no era otra que tapar a los músicos para evitar que estos fueran identificados y linchados por una multitud furibunda al finalizar el show.

También cabe destacar, que todos los grupillos participantes tienen la misma selección de canciones (la tenían en los 90, y me cambio el nombre si ha habido alguna variación), es decir, que uno se ve obligado a escuchar al menos quince versiones del mismo tema, una peor que la otra. Son infaltables "Amparito" y "Sin Rencor".

Sobre esta última gaita, habría que hacer un post completo. El comportamiento del público (no sólo los adolescentes que asisten a los intercolegiales, también ocurre lo mismo en presentaciones donde asisten adultos) se torna más estúpido que de costumbre. He visto gente llorando a moco tendido cada vez que suena la maldita cancioncita mientras hacen un balanceo de autista con los brazos.

Sé que quienes me conocen se preguntan por qué diablos yo he asistido alguna vez en mi vida a un intercolegial de gaitas. Yo me estoy preguntando lo mismo en este momento. Haber tenido catorce años no es una excusa.Que "todo el mundo iba para allá", tampoco.

Espero que algún adolescente comente esta entrada y me cuente si ahora los jóvenes gaiteros ensayan antes de presentarse.