viernes, 30 de noviembre de 2007

Odio los grupos grandes

Puede que dos cabezas piensen mejor que una, pero cualquier capacidad de un individuo empieza a mermar a medida que se rodeé de más personas, por ejemplo: Si yo quiero ir a comer, decidirme por un lugar no me tomará más de diez segundos. Si alguien me acompaña, es probable que discutamos un par de minutos hasta acordar el sitio que más nos conviene o nos agrada a ambos; en cambio si el grupo es de seis o siete personas, lo más seguro es que luego de una hora de disertación, uno acabe metido en una situación totalmente absurda.

Es que por alguna extraña razón las mayorías son un asco a la hora de tomar una decisión, digamos: De un grupo de cinco, uno quiere comer pasta, otro una hamburguesa, otro pollo en brasas, a otro le da lo mismo comer cualquier cosa (mientras que no sea pasta, hamburguesa o pollo en brasas, eso sí) . El quinto elemento, recomendará de pronto un lugar (que nunca está muy seguro donde queda, pero siempre es sumamente lejos de donde se encuentran) donde preparan unas empanadas muy buenas, enseguida (más por cansancio y hambre que por verdadero convencimiento) alguno apoyará su decisión y por inercia se sumarán todos menos uno (el único con cerebro) que presentará alegatos lógicos como el tráfico, la distancia y "por qué no nos decidimos por alguno de los 2562562 restaurantes que tenemos a menos de dos cuadras".

Por supuesto que nadie escuchará las razones del disidente y se dirigirán a recorrer una o dos horas de camino hasta la fulana venta de empanadas, como el dueño de semejante propuesta no recuerda bien la dirección, terminarán metidos en un tráfico brutal, encontrarán calles cerradas por obras o por protestas; también es posible que si van a pie o en varios autos, alguno se pierda y haya que llamarle al celular (que no contesta) o detenerse a esperarlo hasta que aparezca. Finalmente ocurrirán dos cosas: 1) No ubican el lugar o está cerrado cuando llegan o 2) Lo encuentran.

En el caso de conseguirlo, la situación se torna más desesperante aún: Deberán esperar al menos media hora porque hay demasiada gente y habrán de hacer una fila enorme para pedir o para lograr tener una mesa. Después de esto, como es normal, los encargados tardarán mil horas en atenderlos y mil más en llevarles la comida. Por regla general, las empanadas serán incomibles: estarán viejas y recalentadas y su precio será absolutamente exagerado. El disidente comerá media empanada tragada a juro (y para ñapa le mirarán el plato) acompañada por un jugo de melón desabrido (al disidente no le gusta el melón, pero no había mas nada que tomar); mientras que el responsable de estar allí come diez empanadas y cuatro jugos (también tragados a juro, pero para no dar su brazo a torcer).

A la hora de pagar, el monto total desconcierta a todos pero se decide dividirlo entre los cinco, así que el disidente acaba pagando la empanada más cara de la historia, o mejor dicho la media empanada más cara de la historia y cuando salen de allí ya es hora de cenar.


1 comentario:

Sky dijo...

No puedo parar de reirme
¡¡cuanta exactitud tiene usted para expresar estas cosas!!

soy bastante individualista en varios sentidos, y de veras q entre más gente más indecisión, ahora, cuando se trata de asuntos de comida.. "a mi no importa yo solo voy" "yo no se decidan usteds" "dónde sea, de verdad" y entre esas 3 frases se van cuando minimo 40mins!!